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Viaje al cerebro de un sicópata: perfil del asesino del urólogo de Medellín

Basado en libro e historia clínica del criminal, médico concluye que la víctima siempre actuó bien. No hubo mala práctica, ni complicaciones posoperatorias como lo afirmaba el asesino.

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Imagen de referencia. Foto: Getty Images

El urólogo Juan Guillermo Aristizábal, asesinado hace unos días por un antiguo paciente suyo en su consultorio de la Clínica Medellín en el barrio El Poblado, era tan prestigioso en su trabajo, que era el escogido por varios médicos, colegas suyos, para tratarlos.

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El día que lo mataron a tiros en su consultorio estaba atendiendo a otro médico, un reconocido especialista en cirugía del corazón, que estaba con él cuando oyeron los primeros disparos que el asesino Jhon Ferney Cano le propinó a la secretaria.

El paciente, un prominente cardiocirujano, le pidió al urólogo que se protegieran mientras establecían qué estaba pasando pero la víctima prefirió abrir la puerta para ver.

Lo que encontraron fue a la secretaria herida por dos disparos, uno en el abdomen y otro en el brazo. Tan pronto el asesino vio al urólogo Juan Guillermo Aristizábal le disparó en el tórax y en la cabeza causándole la muerte de manera instantánea.

Inmediatamente después Jhon Ferney Cano se fijó en el paciente, le apuntó y martilló el arma que milagrosamente no disparó. Quizás se encasquilló o quizás se habían acabado las balas de esa carga.

Todo está narrado en una aterradora nota de voz que el médico sobreviviente grabó y envió a colegas suyos. No la puedo publicar porque no tengo el permiso de su autor.

Como se ha sabido el asesino escribió y dejó un extenso libro en el que cuenta la historia de su vida y las razones que, según él, lo llevaron a planear el asesinato del doctor Aristizábal desde hace al menos siete meses.

La determinación criminal tiene una fecha exacta: El jueves 21 de septiembre de 2023, el mismo día en el que empezó a escribir el manifiesto criminal.

El libro además de contener la historia personal del asesino también incluye los documentos de su historia clínica y el tratamiento urológico que, según él, nació de una mala práctica de la víctima por lo cual decidió matarlo.

Leí las 369 páginas y hablé con un médico que también las leyó para lograr entender qué pasó por la mente del asesino Jhon Ferney Cano. El especialista que compartió sus impresiones señaló que después de haber visto la historia clínica está completamente seguro de dos cosas:

  1. No hay ninguna evidencia de error médico por parte de la víctima, el doctor Juan Guillermo Aristizábal. Si lo hubiera tampoco tendría que haberle costado la vida, todo el mundo puede equivocarse, pero su colega asegura que el urólogo siguió rigurosamente los protocolos para el diagnóstico y tratamiento de quien se convertiría en su asesino.
  2. No es cierto, como se ha afirmado sin base científica, que al homicida hubiera sufrido una complicación posoperatoria. La cirugía arrojó los resultados esperados y la recuperación fue satisfactoria. De acuerdo con la historia clínica publicada, el dolor que padecía no tuvo origen, ni agravamiento por cuanta de la intervención.

El libro de Jhon Ferney Cano y su historia clínica muestran que no era esquizofrénico, como alguien lo ha afirmado, pero sí tenía una personalidad sicopática y obsesiva.

Cano también refleja en su escrito una inteligencia excepcional que no tuvo oportunidad para desarrollarse.

Era hijo de campesinos muy pobres, emigrados a una comuna de Medellín. Su infancia está marcada por el hambre, la violencia intrafamiliar, el matoneo escolar del que fue víctima y un ambiente barrial rodeado de sicarios y pandilleros.

Aunque admite que era un estudiante indisciplinado también cuenta que era aventajado en matemáticas y llegó a ser el mejor alumno de su curso. Sin embargo, las pobrísimas condiciones de su vida le impidieron llegar a la Universidad de Antioquia a estudiar una carrera profesional como le hubiera gustado.

El asesino empezó a sufrir explotación laboral desde muy niño. Cuidaba vacas a cambio de un pago miserable y durante muchos años no pudo tener un empleo en condiciones formales. Los ingresos de sus primeros trabajos estaban por debajo del salario mínimo y tenía que laborar muchas más horas que las establecidas en la jornada legal.

Nada justifica sus crímenes pero la narración de su vida es estremecedora por todo lo que sufrió y por un deterioro temprano de su salud. Padeció dolores dentales y siendo muy joven se lesionó la columna vertebrar, al parecer de manera permanente, por cargar arena más allá de su capacidad muscular.

Sin embargo la dolencia que lo llevó a convertirse en asesino y suicida empezó en el año 2016. Su novia lo contagió con una enfermedad de transmisión sexual. A pesar de que un veterano urólogo, ya retirado, lo trató con éxito, él siguió quejándose de un dolor en sus partes íntimas.

El libro está lleno de reproches a las EPS que, según él, demoraban sus citas con especialistas y le negaban exámenes ordenados.

Tratando de buscar un alivio decidió acudir por su propia cuenta, es decir pagándolo él, al urólogo Juan Guillermo Aristizábal, un profesor universitario que lo examinó y le recomendó hacerse la circuncisión.

Operación que le fue practicada con éxito y sin complicaciones, de acuerdo con la historia clínica.

Esta cirugía que efectuada en la primera infancia no deja huella alguna, en adultos puede dejar una cicatriz queloide. Fue el caso de Cano quien se quejaba porque, según él, su pene se veía muy feo a lo que se sumaba el dolor que nada tenía que ver con la circuncisión sino al parecer con una poco frecuente neuropatía del nervio pudendo.

Desde ese momento empezaron las amenazas al médico. Además visitó numerosos urólogos para que le dijeran que había sido mal operado. Lo cual nunca logró. Los especialistas le dijeron que la operación se había realizado de manera correcta.

En el libro trae una grosera descalificación de los urólogos de Medellín, dice de ellos que son “cobardes, mañosos, hipócritas, mediocres, codiciosos, muertos de hambre y unos completos hijos de puta”.

Agrega que si pudiera los ahorcaría o los empalaría”.

También el libro contiene la sentencia de muerte del doctor Aristizábal: He decidido que el individuo que mutiló vilmente mi miembro viril debe morir” “Ea escoria debe ser fulminada en reiteradas ocasiones con una pistola hasta perforar todos sus órganos, especialmente su putrefacto corazón” “Verlo sangrar es mi anhelo y trabajaré con devoción por aniquilar esa basura”.

El asesino estaba además muy resentido con dos abogados que contrató para demandar al médico Aristizábal.

El primero de ellos le recomendó que conciliara, ya que el médico quería evitar el pleito y le ofrecía una compensación de 5 millones de pesos. Cano se negó diciendo que prefería continuar un proceso civil que no prosperó porque no había ninguna prueba de responsabilidad del urólogo.

Un segundo abogado le pidió a Cano dos millones y medio para investigar si había antecedentes del doctor Aristizábal o algo que permitiera sustanciar otra demanda. Cuando le dijo que no encontró nada, el asesino se sintió traicionado.

Cano asegura en su libro que el médico se reía y burlaba de sus reclamos. Los que conocían al médico consideran improbable que hubiera actuado así. De todas maneras las únicas dos personas presentes en la conversación hoy están muertas.

El libro contiene dos palabras que me llamaron la atención: una “patatas” para referirse a las papas y “chaval” a un jovencito.

La metadata del documento electrónico será revisada por los investigadores del asesinato para saber si alguien conoció y editó el manifiesto antes del crimen y no advirtió a las autoridades lo que pasaba en el cerebro de Jhon Ferney Cano.

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