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Una transfusión de sangre lo contagió con VIH, 25 años después por fin se hizo justicia

Tuvieron que pasar más de cinco lustros para que un Tribunal conminara a pagar apenas 100 salarios mínimos ($73 millones) a una clínica en Cúcuta por poner sangre contagiada

Transfusión de sangre. Foto: Getty Images

Transfusión de sangre. Foto: Getty Images(Thot)

Ladrones le pegaron tres puñaladas. La primera en el tórax, la segunda en el brazo derecho y la que casi lo mata en el abdomen por comprometer el hígado. Jesús Marulanda* de inmediato fue trasladado al servicio de urgencias de la Clínica del Instituto de Seguros Sociales de Cúcuta, pero la cura fue peor que las heridas. Jesús se estaba desangrando, de modo que el médico de turno solicitó con apuro que consiguieran varias bolsas de sangre tipo O Negativo para hacer la transfusión en el acto. Todo indica que le tuvieron que poner más de tres bolsas de medio litro cada una durante las operaciones. El intento de atraco ocurrió el domingo 28 de abril del año 1991.

Jesús se salvó pero vendría lo peor. Meses después, en medio de la recuperación se le presentó un brote que cubrió todo su cuerpo. Volvió a los Seguros, sin embargo, ninguno de los médicos reparó en el hecho. Nadie mandó hacer otro examen. Nadie solicitó ni siquiera un análisis de sangre. Los supuestos expertos no hicieron nada. Jesús siguió con su vida normal. La de que aquel mecánico que trabajaba hasta los lunes festivos y que estaba enamorado de Ángeles Vélez*, una vecina del taller donde laboraba. De tanto insistir la conquistó y contrajeron matrimonio justo dos años después del incidente donde le pusieron sangre de extraños. No sospechaban lo que se les venía encima.

En efecto, por esos mismos días aumentaron los malestares en la salud de Jesús. Un día se levantó y tenía placas bucales, regresó al Instituto de Seguros Sociales pero le recetaron antibióticos. No le enviaron ningún otro estudio. Semanas más tarde comenzó con sudoración excesiva y este hombre que nada lo cansaba, ahora se sentía agotado. Volvió a los consultorios y todo fue un saludo a la bandera. Las cosas se quedaron así.

En el año de 1994 la avalancha llegó con su inmensa fuerza natural. Todo comenzó con un deshielo estomacal que no paró por semanas. Le siguieron dolores de cabeza tan fuertes que lo obligaban a quedarse en cama con escalofríos, desaliento y la boca reventada por el herpes. No hubo de otra. Con la desconfianza que ya le tenía a la atención de la clínica de los Seguros Sociales, acudió donde un médico particular que sin pensarlo dos veces le mandó a tomar la prueba necesaria, el test de rigor, el análisis obvio: un examen de VIH.

Jesús fue a realizarse la prueba, pero el día que le entregaron los resultados la respuesta lo aplastó: VIH Positivo. Finalizaba agosto de 1994 y la familia quedó destruida. Así llegó el efecto domino. Ángeles, se hizo la prueba de VIH y había sido contagiada sin saberlo por su esposo. No lo podían creer así que procedieron a hacer la prueba de ELISA, pero ya no había nada qué hacer. Como si fuera poco, Ángeles estaba en embarazo. No obstante y como un milagro la niña nació sin ninguna afección.

La familia comenzó a atar cabos de cómo se pudo haber contagiado Jesús. Estudiando su historia clínica se dieron cuenta que todos los síntomas se presentaron después de recibir las transfusiones de sangre aquella vez que casi lo matan por atracarlo. Entonces acudieron a la justicia para que ésta realizara las investigaciones del caso y determinara si todo se dio en la clínica de los Seguros Sociales de Cúcuta. La defensa de Jesús logró comprobar que el hombre estaba sano antes de las trasfusiones de sangre; pero lo más importante, que las unidades de sangre utilizadas en los procedimientos médicos practicados a Jesús, nunca recibieron una prueba de VIH. En palabras técnicas: “Se demostró que el demandado incumplió las disposiciones contenidas en el Manual Operativo para Bancos de Sangre”.

Los abogados de la Clínica de Seguros Sociales iniciaron su defensa. Uno de los argumentos fue el de insinuar que el paciente pudo haberse contagiado por las puñaladas que recibió en el robo. Se inició una pelea jurídica bastante larga. La demanda saltó de juzgado en juzgado por varios años. Como en la novela de García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, la familia se arrojó a la paciencia de esperar una carta con alguna respuesta. Solo hasta el año 2010, casi 20 años después, el Tribunal Administrativo de Norte de Santander concluyó que el Instituto de Seguros Sociales era culpable y no habían tenido las prevenciones y el manejo adecuado en este caso de transfusión de sangre. De tal suerte que a la clínica se le conminó pagar los perjuicios morales y materiales a los afectados. Pero como muchos casos en la justicia colombiana la decisión no se dio en el acto y tuvieron que esperar otro lustro más.

El fallo definitorio se reveló hace algunas semanas. Para los conocedores del caso la sentencia “es una miseria” respecto de los daños causados. El Consejo de Estado condenó al Instituto de Seguros Sociales a pagar 100 salarios mínimos a Jesús Marulanda; es decir, poco menos de 74 millones de pesos. La misma suma la recibirán su esposa Ángeles, su hija y los padres de la pareja. Todo indica que Jesús y Ángela han logrado hacerle el quite a la muerte, pero están condenados a depender de las medicinas retrovirales que todo paciente con VIH debe tomar.

*Los nombres de los protagonistas debieron ser cambiados por respeto a su intimidad.

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