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Caliwood, el turismo cinematográfico en la Sultana del Valle

El fundador y coleccionista Hugo Suárez Fiat mostró algunos de los 800 equipos, objetos y afiches del cine mundial, una alternativa para los visitantes durante la Feria de Cali.

El fundador y dueño del museo Caliwood, Hugo Suárez Fiat, posa frente a parte de sus proyectores, en Cali, Colombia, el 11 de noviembre de 2018. Foto: Agencia Anadolu

El fundador y dueño del museo Caliwood, Hugo Suárez Fiat, posa frente a parte de sus proyectores, en Cali, Colombia, el 11 de noviembre de 2018. Foto: Agencia Anadolu(Thot)

Por: Gustavo A. Delvasto D.

Cali por estos días es la Feria, donde se disfruta de la música salsa, la comida, la rumba, eventos nocturnos y actividades que dominan la parada de la “Sultana del Valle” en las tradicionales fiestas de fin de año.

Sin embargo, cientos de locales y extranjeros, aparte de aprender algunos pasos de baile en la noche, podrían recibir en el día clases de historia cinematográfica mundial o, en el más sencillo de los casos, entretenerse con una película del Hollywood viejo vista en el museo de la cinematografía, llamado Caliwood, al oeste de la capital del Valle.

Su dueño y creador, Hugo Suárez Fiat, durante una visita de la Agencia Anadolu, no escatima en palabras para definirlo: “Es un museo de carácter tecnológico que tiene como fin albergar, reclutar, una colección de equipos fotográficos y cinematográficos análogos bien ligados a los periodos cuando se inventó la fotografía y la cinematografía”. Suárez Fiat explica durante el recorrido que el museo alberga más de 800 equipos tecnológicos, productos y recordatorios del cine mundial. En su página web se detalla que se exhiben “250 cámaras fotográficas; 100 filmadoras; 150 proyectores de cine para cortometrajes, películas de 8mm y 16 mm; 38 proyectores de cine profesionales usados en las salas de teatro para filmes de 35 y 70 mm…”, entre otros.

Un caleño a más no poder, Suárez Fiat es -en sus propias palabras- un admirador del ingenio humano: “Me fascina el momento en que se generó la revolución industrial. A partir de 1750, cuando se generaron los equipos a vapor, se logró propulsar un vehículo a través de una caldera. Me fascina cuando aparece la máquina de escribir, la aparición del telégrafo, la imprenta…”.

El cine como destino

Ese gusto, por coincidencias de la vida o, en sus propios términos, por “serendipia”, lo llevó a encontrarse en marzo de 2003, mientras estaba en un taller de vehículos reparando un carro antiguo (de lo cual es coleccionista), “a alguien que se le ocurrió colocar dos proyectores de cine delante de mi carro, uno de los cuales ahora conservo”.

“No tenía afecto especial por los proyectores. Cuando me los encuentro, me sedujeron, no los estaba buscando, ellos me encontraron a mí”, aseguró con notable nostalgia.

Suárez Fiat tiene la certeza de que Dios puso esos dos proyectores, que pertenecían al antiguo Teatro Asturias, por algo. “Si los hubiera puesto en otro lado, no hubiera habido museo del cine”.

Los equipos contenidos en el museo abarcan los periodos de 1816 a 1980, explica. Aparecen ejemplares de los primeros daguerrotipos que, a través de procesos químicos y un poco de luz, lograron grabar sobre plata o cobre imágenes “imborrables”. También están los ambrotipos, que captaron imágenes de familias prestantes de Bogotá de comienzos de siglo. Se llega hasta los primeros años de los 80, al comienzo de la era digital, cuando el mundo apenas descubría las ilimitadas posibilidades de la producción de imágenes.

Cuenta Hugo Suárez que el museo empezó su colección oficial en mayo de 2011. “En esa fecha solo había cinco proyectores de cine”, sus objetos preferidos dentro del Museo.

Los proyectores fueron creados en diversos países, como EEUU, Francia, Inglaterra, Holanda e Italia; e incluso hay pertenecientes a la antigua Yugoslavia. Junto a dichos proyectores también se exhiben cerca de 372 afiches de películas extranjeras. Él asegura que se las ha visto todas y actualmente se considera un “cinéfilo”.

“El museo es totalmente independiente, una fundación sin ánimo de lucro, que incluye a mi esposa, madre e hijo”, dice con orgullo Suárez Fiat, mientras contempla con emoción los diversos productos de su minuciosa colección.

Un museo construido en solitario

Suárez Fiat afirma que por fortuna, aparte de lo que él y su esposa han encontrado, de un tiempo para acá se acerca la gente a ofrecer equipos. “El museo se está volviendo un centro de acopio”.

“Somos los referentes de este tipo de equipos, proyectores, filmadoras, cámaras; iniciamos un taller de reparación o renovación de estos equipos de cine o de fotografía análogos”, dice. Incluso la gente les lleva equipos para hacerles mantenimiento.

Suárez Fiat afirma que ahora cuentan con algún dinero adicional gracias al pago de entradas, ya que diariamente ingresan más de 280 personas al museo. Según este abogado de profesión, los ingresos se reducen o aumentan de acuerdo con la temporada. En épocas como el Festival Internacional de Cine de Cali, en noviembre, o la misma Feria de Cali, en diciembre -a la cual se unen con la Ruta de los Museos en la ciudad-, estos tienden a incrementarse.

“Lo importante es que llegan al museo estudiantes de colegio, de universidades, turistas bogotanos, muchos en familia. No son solo cinéfilos (…)”. También resalta que están en la página Tripadvisor, "que ha permitido la llegada de gente de México, Corea del Sur, Rusia, Singapur, Indonesia, Australia, Francia”.

El personal está compuesto por “solo dos trabajadores: yo – aclara que sin remuneración- y mi asistente”, además de jóvenes de colegio que hacen sus prácticas de idiomas con los turistas extranjeros.

Gratas visitas al museo

Uno de los más importantes visitantes del museo fue Stephen Regelous, “un ingeniero de Nueva Zelanda pionero en software de gráficas para computadora”, quien estuvo en el museo a finales del 2016.
Según la página de Internet de Regelous, es el creador de un sistema de simulación masiva para generar escenas con miles de personas, en lugar de recurrir a cientos de extras.

“Regelous fue el responsable de crear las escenas de batalla de la trilogía de El Señor de los Anillos”, según reza su biografía.

Suárez Fiat cuenta que Regelous, fundador de la empresa Massive Software y experto en tecnología cinematográfica digital, quedó fascinado y sorprendido con el museo y todos los equipos que allí se exhiben. Para Hugo, “el museo es apología a los objetos; que estos hablen sobre el cine a través nuestro”.

Si bien no se considera un fetichista de los objetos que tienen que ver con el mundo de las imágenes, confiesa que su idea inicial era un museo de las maquinas, pero al tener los cinco proyectores de cine consideró que era más apropiado volverlo monotemático, pues considera que el cine “nos toca a todos”.

“He sido un cultor de los museos. Mi idea surge de los diversos viajes. He visitado cerca de 45 países y en esos lugares caminaba museos, pero nunca había visto otro museo igual al que ahora tengo”, asegura.

¿Ya no existía Caliwood?

Queda la pregunta: ¿Por qué el nombre Caliwood? Esta palabra no solo parafrasea a Hollywood, epicentro de la cinematografía mundial, sino que también fue acuñada en los años 70 a un grupo de personas que formaron un movimiento cinematográfico, que sin querer fue pionero en películas nacionales modernas, con miembros como el escritor Andrés Caicedo, los directores Luis Ospina y Carlos Mayolo, o el guionista y hoy profesor de cine Ramiro Arbeláez, entre otros.

Suárez Fiat recuerda: “Establezco la legalidad del museo y se me ocurrió colocar el nombre de Caliwood, a raíz de mis raíces caleñas. La palabra -que aclara no le pertenece- surge de la época en la que estaba vivo Andrés Caicedo, alrededor del año 78”.

Esa palabra empezó a difundirse, cuenta, a raíz de un reportaje del periódico Occidente de la época. “Hay una entrevista a Luis Ospina donde afirma desconocer de dónde surgió el término. A ellos como grupo no les gustaba que les dijeran así”.

Cuando a Suárez Fiat se le ocurrió darle ese nombre al museo, descubrió que ninguna persona se había puesto a la tarea de patentarlo.

“Si hubiera ocurrido que la marca estuviera registrada, debía comprarla u olvidarme de ese nombre… Le hubiera puesto Hugo Wood, Hugo Suárez Wood, Fiat Wood. En el fondo quizá estaba haciendo un homenaje a la ciudad…”.

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