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La historia secreta del fin del ‘Consenso de Viena’

Como terminó una tradición de cómoda unanimidad en la política antidrogas de la ONU, por cuenta de la embajadora Laura Gil.

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Bandera de las Naciones Unidas. Foto: Nicolás Maeterlinck / Belga MAG / AFP vía Getty Images

Desde la semana pasada, esta noticia recorre los pasillos de las sedes de Naciones Unidas en Nueva York, Ginebra, París y, desde luego, Viena. Ha sido una especie de terremoto en el mundo diplomático causado, en buena medida, por Colombia. Lo curioso es que en nuestro país la noticia ha sido poco comentada, quizás porque coincidió con la Semana Santa.

Una larguísima tradición de decisiones unánimes en la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas terminó súbitamente hace unos días.

La costumbre estaba tan arraigada –y aceptada– que ya tenía nombre. Se denominaba el ‘Consenso de Viena’.

Consiste en que, en la sede austríaca de la Organización de Naciones Unidas, jamás se había votado una decisión. Simplemente se adoptaba por unanimidad, sin discrepancia alguna. Cuando todos estaban de acuerdo, firmaban.

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Esto les encantaba a muchos en el mundo diplomático, pero –todo hay que decirlo– había conducido a que los delegados de los países se movieran siempre dentro de una conveniente medianía que no molestaba a nadie, pero donde tampoco había grandes determinaciones.

Como no soy diplomático, puedo decirlo con todas las letras: eran decisiones muy tradicionales, previsibles y, hasta cierto punto, mediocres. En función de llegar al consenso, nada cambiaba nunca.

Por cuenta de esto, por ejemplo, jamás se ha examinado a profundidad la política antidrogas adoptada por los países miembros de Naciones Unidas desde 1971, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, declaró a las drogas como “el enemigo público número uno”.

Pocos le han puesto el cascabel al gato para decir que todos estos años han enriquecido a vendedores de armas, de fumigantes químicos, de radares y de embarcaciones de guerra. Han militarizado las policías de los países productores en el tercer mundo, han fortalecido las mafias, han crecido los millonarios presupuestos de las agencias antidrogas, pero el narcotráfico no ha desaparecido. Al contrario, parece crecer con las podas.

La cantidad de hectáreas o acres sembrados con cultivos ilícitos aumenta o disminuye en función de la oferta y la demanda de narcóticos, pero no se acaba. O se mueve de un país a otro, a través de las fronteras sin terminarse.

Miente el que diga que ha estado a punto de acabarse. Solo se ha movido dentro de lo que los expertos llaman “efecto globo”: si el globo se presiona por un lado, el aire infla otra parte de este.

En fin, hace unos días se celebraba en Viena la sesión 67 de la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas que tenía la misión de revisar el avance de compromisos adquiridos en 2019.

La primera discrepancia surgió por la invitación al alto comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos, Volker Türk, un austriaco que sucedió en ese cargo a la expresidenta chilena Michelle Bachelet y cuya sede principal está en Ginebra, Suiza.

Ahí saltó a la vista que la ONU funciona en silos, secciones separadas que desconfían las unas de las otras. Los de Viena no ven con mucha simpatía a los de Ginebra. Quizás por eso trataron de que el discurso del señor Turk fuera un viernes por la tarde.

La insistencia de varias delegaciones diplomáticas, entre las que estaba la de Colombia, logró que el discurso del comisionado de derechos humanos ocurriera un jueves ante un auditorio desconfiado pero atento.

Allí, el comisionado sostuvo que la lucha contra las drogas debe contemplar el amparo de los derechos humanos. Algo que parece obvio, pero que en la ONU es todo un hito porque los dos temas siempre han ido por líneas separadas: por un carril va la lucha antidrogas en Viena, y por otro los derechos humanos en Ginebra.

Lo segundo tenía que ver con una declaración que evaluaba los primeros cuatro años del compromiso ministerial 2019 y era eminentemente prohibicionista. Lo de siempre: más represión, esperando que la misma fórmula de siempre produzca resultados diferentes.

Aquí fue donde el papel de Colombia, en alianza –¿quién lo creyera?– con Estados Unidos se empezó a notar en dos temas:

  1. La expresión “reducción de daños” apareció por primera vez desafiando la rutina y la activa oposición de dos colosos: Rusia y China. La embajadora de Colombia, Laura Gil, amenazó con pedir una votación si la expresión –mencionada nueve veces en la declaración– era excluida, lo cual significaba el fin del ‘Consenso de Viena’. Rusia, sintiéndose suficientemente fuerte, terminó pidiendo que se votara y adivinen: se votó y ganó la declaración con 38 votos a favor incluyendo a Colombia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza. 2 votos en contra: los esperados China y Rusia y seis abstenciones. La existencia de esa votación, por sí sola, mató el ‘Consenso de Viena’.
  2. Eso no fue todo. En la rutinaria declaración prohibicionista, Colombia introdujo un párrafo que es una especie de ‘Caballo de Troya’ en los que se habla de la necesidad de adelantar la lucha antidrogas con especial atención en los derechos humanos y la necesidad de adoptar medidas innovadoras dados, oigan esto, los fracasos de la política antinarcóticos aplicada hasta ahora.

Para hablar de este tema, y solo de este tema, ha aceptado la invitación para estar hoy en El Reporte Coronell la protagonista de esta hazaña diplomática, la embajadora de Colombia en Austria, Laura Gil.

Gil es protagonista de este terremoto diplomático que ocupa a todas las publicaciones especializadas de Europa. Muchos países están interesados en retornar al ‘Espíritu de Viena’ y remendar el consenso roto. Sin embargo, el tabú de evitar el voto fue sepultado esta Semana Santa y, de ahora en adelante, habrá lugar para llamar a votaciones en lugar de prorrogar una unanimidad artificial que ha impedido cambios en la política antidrogas del mundo por más de medio siglo.

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