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Al Oído | “La paz el único camino”: María Claudia Tarazona contrastó con la mezquindad política

En medio del dolor, la viuda de Miguel Uribe pidió unión y no violencia, mientras el exalcalde Daniel Quintero y el jefe de Gabinete Alfredo Saade eligieron la insinuación y la banalización por unos ‘Me Gusta’.

Al Oído | “La paz el único camino”: María Claudia Tarazona contrastó con la mezquindad política

Ni el dolor nos une, no hay futuro.

Hace 34 años, Miguel Londoño despidió a su pareja, Diana Turbay, víctima de uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia. Ayer, 11 de agosto, ese mismo hombre tuvo que enfrentar nuevamente lo inimaginable: despedir a su hijo, Miguel Uribe.

Ese dolor, imposible de dimensionar, no pertenece solo a una familia. Es una herida que atraviesa al país entero. Colombia es un país que, en un momento que exige silencio, respeto y unión, ha preferido gritar más fuerte, dividir más y convertir incluso la muerte en munición política.

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La comparación que hizo el jefe de Despacho, Alfredo Saade —asegurando que lo ocurrido con Miguel es como “el riesgo de caerse en una bicicleta”— no es solo desafortunada: es una muestra de insensibilidad que banaliza un magnicidio y desconoce el peso histórico y humano de esta tragedia. Una vida arrebatada por la violencia política no es un accidente deportivo.

A esta falta de empatía se suma la actitud del exalcalde Daniel Quintero, quien, en lugar de mostrar respeto y altura en medio del duelo, eligió el camino de la insinuación y el ataque. La grandeza no se mide por ganar debates en redes sociales en medio de un funeral, sino por la capacidad de guardar silencio cuando es necesario, por tender la mano incluso al adversario y por saber que la vida está por encima de cualquier ideología.

En contraste, fue María Claudia Tarazona, la mujer que más extrañará a Miguel, quien dio una lección de dignidad. En medio de su dolor, llamó a la paz y a la no violencia. No buscó culpables en el micrófono ni aprovechó la atención para un discurso partidista. Su mensaje fue sencillo, pero profundo: no se trata de enterrar más muertos, sino de evitar que sigan cayendo.

Nos han repetido que hay que seguir, hay que seguir, porque Colombia es más fuerte que los violentos. Pero la fuerza de una nación no se mide por su capacidad de aguantar golpes, sino por su voluntad de impedir que se repitan. No podemos seguir caminando como si nada mientras el suelo que pisamos está lleno de tumbas recientes. No podemos permitir que la muerte se normalice al punto de ser solo un tema más de discusión partidista.

Hoy, el país entero debería mirarse al espejo y preguntarse si está dispuesto a cambiar el rumbo. A dejar de usar la tragedia como arma y empezar a verla como el límite que no se cruza. A entender que una sola vida perdida ya es demasiado. Que no hay ideología ni victoria política que valga más que la paz de un solo colombiano.

El día que tengamos ese mínimo de empatía —la que tuvo María Claudia ayer en medio de su dolor— ese día, y solo ese día, podremos decir que Colombia empezó a sanar.

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